Llevar a cabo un ejercicio de “flaneur” en la actual ciudad
de Buenos Aires debe ser arduo, complejo, cansador, oscuro. La ciudad porteña
es desordenada y multicolor, es una explosión de sensaciones invasivas, y
lograr que los ojos se entrenen para la observación delicada y aguda puede
resultar un ejercicio digno de la poesía o la locura. Podemos decir, también,
que si el ojo es poeta y loco, la ciudad es un infinito puerto de historias. Para
Apegé, ir por ahí afanando historias y contando todo, se hace una sangría de
narraciones que atraviesan el dolor, el absurdo, lo bello y la vida. “Provinciano” es una serie de relatos donde lo
literario es la excusa para la crónica. La narrativa de Apegé deja un
importante lugar para pintar qué nos pasa mientras el tiempo nos atraviesa,
mientras la época aprieta a la gente en este punto del Río de la Plata.
El libro tiene un hilo inicial, que es la llegada de un
uruguayo a Buenos Aires, una voz narrativa que nos va a ir llevando de la mano
por las guerras de alguien que se mete en la ciudad –desafiante y fiera- para
buscar algo, para perseguir un destino diferente entre las letras, para ir
atrás de un “qué se yo” que, al final, se convierte en la posibilidad de tomar
fotos de cada una de las situaciones que van apareciendo, como la humedad entre
las baldosas de una Reina del Plata que tiene poco de noble porque tiene
muchísimo de humana, de niña, de rea.
El autor escribe y describe cómo se hace para fundar una
ciudad a partir de la mirada, y si bien las construcciones están hechas desde
el “yo”, no se trata de un narrador que simplemente habla de sí mismo, sino que,
al contrario, se trata de la aparición de los demás. El otro es, en verdad, el
centro de las crónicas y los relatos que componen “Provinciano”. No se trata de
una visión hacia adentro, no hay un lenguaje del ego, más bien el narrador pone
su cuerpo para que sean los otros los que tengan vida, esa primera persona es
el vehículo por el cual el lector se comunica con una otredad. Es decir, Apegé
pone su “yo” para que seamos otros los que vivamos en Buenos Aires, para que
conozcamos la ciudad de noche, para que nos arrimemos a la soledad de alguien
que está rodeado de gente incompleta, de lenguas y cuerpos que no son. Por
subalternos, por alienados, por snobs, por imbéciles o por víctimas de una
maquinaria perversa, los personajes que “Provinciano” contiene son seres sin
voz; el inmigrante, el puto, la yira, el linyera, el hípster que se mira sólo a
sí mismo, la clase intelectualoide que repite lo que oye, todos son uno en el
mundo del texto ya que nadie se hace de una voz propia, ninguno puede
construirse o pensarse a sí mismo, están partidos, y eso los llena de soledad, la
misma soledad del narrador, que tampoco cede su voz. No presta el lenguaje para
que nos hablen los otros, más bien los construye para los lectores, y es que
ese observador que Apegé nos propone no puede dar la voz, porque quizá, en la
bruma de lo desconocida, es lo único que tiene.
Aparece la ciudad, aparece la noche, aparecen los dramas del
solitario, aparecen los personajes de una cosmopolita ocre, como anochecida,
que se dan de cara contra todo eso; el amor frustrado, el deseo mancado, el
sexo que no importa nada –o importa todo-, la posibilidad de ir armándose en
medio de un lugar y un tiempo crueles.
El libro conmueve desde muchos lados, el lector ve con los
ojos del autor y logra identificarse en cada uno de los conflictos
irresolubles, porque eso sí queda claro; la tristeza no tiene solución.
Hay, en “Provinciano”, alguien que nos pone cara a cara con
lo que ve, que nos comparte sus percepciones, que nos presta sus visiones, que
nos hace ir por la noche, por la mañana, por lo gris, por lo erótico, por todo aquello
que está con nosotros y a veces, se nos escapa. En este escritor del “yo” no
tenemos un selfie-selfish, tenemos a alguien que, con generosidad poética, nos
da la mano y nos convida a que veamos mejor, a que conozcamos, a que nos
enteremos y a que entendamos, también, que todo eso está dicho y dibujado por alguien
que, como todos, quiere ser querido, con la lengua en pelotas y la voz honesta."Provinciano", de Apegé. El 8vo loco Ediciones. 2016 |