Impactado
por la aparición de su primera novela, "Bajar es lo peor"
(1994), hoy el ambiente literario argentino ya tiene el nombre de
Mariana Enríquez instaladísimo como una de las grandes referentes
de la narrativa actual. Heredera de los elementos alquímicos que
hacen a la tradición literaria de la Argentina, sabia "traductora"
de los miedos sociales, con algo del horror cercano de Stephen King y
otro poco de la sombra de Alejandra Pizarnik, Enríquez ha logrado
hacerse de un nombre clave para los lectores de las letras de terror.
Varios de sus cuentos han circulado desde Página 12 (donde se
desempeña como subeditora del suplemento Radar), y se han instalado
como un zumbido oscuro con sus tramas espeluznantes por lo posible,
aunque nunca faltas de un elemento fantástico que de el toque exacto
para que el lector se sienta, por completo, metido en clima
inquietante, que lo lo excita y lo atrae.
Si
bien se le ha conocido como una fanática y experta lectora de la
literatura de vampiros, no es por allí donde caminan sus historias,
sino que toman ese algo siniestro que todos tenemos y los muestran
descarnado, para que, al leerla uno se pregunte cómo no pensar en
que algo así podría estar esperándonos en la vereda: mujeres
quemadas, adolescentes desequilibradas, niños muertos, celos,
terrores íntimos que se cuelan en la consciencia colectiva, que
están latentes y que Mariana Enríquez relata con maestría para
sacarnos la venda y ver que, mucho de lo que nos rodea, puede ser una
historia de horror.
El
año pasado se editó su libro de cuentos "Las cosas que
perdimos en el fuego", que fue editado en más de veinte países,
además de los de habla hispana, que le valió el premio Ciutat de
Barcelona en la categoría "literatura castellana", y este
año se reeditó, a través de Anagrama "Los peligros de fumar
en la cama", su anterior volumen de relatos. A propósito de
algunas cosas, le hacemos algunas preguntas a Mariana Enríquez.
¿Hay
miedos rioplatenses que puedan diferenciarse del resto?
Si,
todos los lugares tienen sus miedos particulares. Encuentro que, si
llamamos “rioplatense” a Buenos Aires y Montevideo, nuestros
miedos son algo melancólicos, muy fantasmales. Son ciudades lejanas,
húmedas. No sé: a mi siempre me dieron bastante miedo las novelas
de Larsen de Onetti, especialmente el clima gótico de El Astillero.
¿Se
podría hablar de un terror/horror rioplatense como género?
Eso
es otra cosa. En castellano, en general, el horror siempre se
presentó en casos aislados. En escritores aislados –aunque algunos
muy importantes, claro, como Quiroga; pero pensá cuánto hace de
Quiroga-- o en relatos o novelas aisladas de escritores que no se
dedicaron. Para que sea un género, como el cuento de fantasmas
inglés, tiene que haber una tradición clara y creo que no la hay.
Así
como con la muerte, ¿ha habido un tabú con el terror?
Espero
que no. Algunos hechos muy espantosos de la guerra y la política
suelen ser tabú, pero cada vez menos.
¿Por
qué la figura femenina se vuelve tan axial en el género a lo largo
de la historia?
Porque
tradicionalmente la mujer fue lo vulnerable que había que proteger.
Y perder a la mujer, de alguna manera, era perder la descendencia, la
especie. También, casi al mismo tiempo, era la bruja, la mujer
peligrosa en tratos con el Demonio, que rompía el orden masculino de
la religión y el dominio. Luego, en el gótico, me parece que había
un impulso sobre todo de las escritoras mujeres que escribieron el
género en hablar sobre sus encierros, sus frustraciones, sus
limitaciones, desde un lugar muy oscuro –que lo era--. Hoy, por
toda esa historia, la mujer se ganó un lugar protagónico aunque el
rol afortunadamente puede ir variando, puede ser villana, puede ser
la monstrua, la brutal.
Tanto
en “Los peligros de fumar en la cama”, como en “Las cosas que
perdimos en el fuego”, hay una presencia política fuerte. La
política ¿tiene su costado terrorífico?
Por
supuesto, la política es lo que influye directamente en la vida de
la gente y, especialmente en nuestros países, puede ser muy
violenta. Las dictaduras, las grandes crisis, la desigualdad, todo
eso es el horror.
¿Por
qué el horror tiene tan presente la adolescencia como eje central?
Incluso en “Los peligros” y “Las cosas que perdimos”, hay
varios cuentos protagonizados por adolescentes.
No
sé en general, pero en mi caso la adolescencia me parece un momento
muy poderoso y muy vulnerable. El gusto por el peligro, el despertar
sexual, la crueldad de cierta inconsciencia, la rebeldía e incluso
cierto enamoramiento con la muerte que vienen con la edad son ideales
para un relato del terror. Eso también sucede en cine.
¿Por
qué escritores, del género o no, te sentís influenciada?
Stephen
King, Robert Aickman, Ray Bradbury, William Faulkner, el Cortázar
cuentista, Peter Straub, Rimbaud, J. G. Ballard, Neil Gaiman, Bruce
Chatwin, Roberto Arlt, Manuel Puig.
¿Qué
escritores de la actualidad te interesan?
En
castellano, Federico Falco, Maximiliano Barrientos, Javier Calvo,
María Gainza, Margarita García Robayo, Liliana Bodoc, Mariano Blatt
(apenas una selección). En inglés y algún otro Laird Barron, Kelly
Link, M. John Harrison, Helen Oyeyemi, Warsan Shire, John Ajvide
Lindqvist, muchos más.
Para
el terror, ¿el cuento o la novela?
Los
dos.
Parafraseando
una película clásica de asesinos en serie, ¿cuál es tu película
de terror favorita? ¿Por qué?
"Mulholland
Drive", de David Lynch. Porque me da miedo, sencillamente.
¿Y
libro?
Cementerio
de animales de Stephen King. Por el mismo motivo y además porque es
extremadamente retorcido y valiente. Un libro sobre el miedo a la
muerte descarado, brutal.
Cerrada
la gira de “Las cosas que perdimos en el fuego” que ha sido
explosiva, ¿qué proyecto literario tenés?
Falta
para la gira del libro, tengo que ir a algunos lanzamientos europeos.
Los próximos proyectos son una novela corta fantástica, filo
juvenil, que saldrá por Random en abril y estoy escribiendo una
novela. Larga. De terror. Pero no puedo decir mucho más.