Un libro que se lee
de un tirón, como un flash poético, pero no con violencia, sino
como una aguja delicada de versos que van hilando e ilando los poemas
que conforman “El mismo río” de Jorge Castro Vega”. Y si bien,
como digo, es un libro que me devoré en un viaje interdepartamental,
ya a los pocos minutos necesité releerlo. Es que esas suaves
cachetadas provocan un pensamiento similar a la necesidad de
comprobar si uno leyó bien, porque la sensualidad de cada uno de los
textos es tan placentera como compleja, y vuelvo al tópico manido de
la complejidad de lo simple, pequeños retazos de un libro que en su
forma de decir, en su sonoridad de flauta traversa en lo oscuro,
esconden justamente eso, una posibilidad de misterio producto de un
lápiz en mano de alguien que sabe cómo, qué y por qué se dice.
Esta última obra de Castro Vega es el reconfortante encuentro con
uno de esos poetas que han cuidado mucho los centímetros a los que
decidieron ponerle lengua. Siguiendo con mis (no tan) caprichosas
alegorías musicales, aquí no suena un acorde de guitarra, aquí
suena una sola nota, pero bien vestida.
El libro, dividido
en varias partes, con citas que marcan momentos, temas y tonos, y que
van desde Ángel González a Ezra Pound, tiene un mirarse adentro de
intimidad que, sin embargo, no es un mirarse el ombligo, es un mirar
a los oros, en los sonidos que uno guarda. Qué pinchacito placentero
dan estos poemas breves, que tranquilidad ésta de ese mismo río.
Hay que meterse al río que versea Jorge Castro Vega, está tibio,
mansito y refresca los huesos musicales de cada uno.
"El mismo río", de Jorge Castro Vega. Ed. Yaugurú 2017 |