(Publicada originalmente en www.lamirada.com.uy en inicios del 2015)
Voy a hacer mías unas palabras que dijo Luis Bravo en una
entrevista hecha días atrás para
La Mirada. Lo que
plantea Bravo es que, en su búsqueda por una ruptura o por un
lenguaje nuevo, lo anecdótico de la novela lo aburre. Y la verdad es
que, creo que Bravo me ha robado las palabras, o al revés. No está
claro. Pero en definitiva, debo admitir que, salvo honrosas
excepciones, las novelas que han aparecido tienden a ser
siniestramente aburridas. Y no es que estén mal escritas, pero su
giro en la anécdota no logra la belleza del lenguaje y por tanto, no
logra su aventura. Por eso el lector como yo, se aburre. Es por eso
que la aparición de algunas novelas me resultan reveladoras, son
esperadas, un respiro, un Rivotril literario en un momento de
tormentosas letras innecesarias. Es el caso de la novela “Resaca”
de Nelson Díaz, editada este año por Yaugurú.
Periodista, novelista y poeta, a Nelson Díaz se le cuelan todos
sus oficios en esta especie de collage o de patchwork, como en la
misma novela se dice. El discurso se rompe entre lo poético, la
entrevista, la ficción narrativa e incluso un juego con el relato
gráfico. Eso, en principio, hace que la lectura se vuelva muy
acelerada, anfetamínica. La novela se abre y es casi imposible dejar
de leerla. Tiene un ritmo muy acelerado, al revés que el ritmo de su
protagonista, Roger, quien acaba de salir de una internación
psiquiátrica y lleva una vida libre de algunas preocupaciones
laborales, por tanto el tiempo de la ciudad “normal” no es su
tiempo. Pero sí lo ocupan por completo algunos temas recurrentes,
casi obsesiones; la aparición de su ex pareja muerta, algunos
personajes que lo persiguen, una carpeta de poemas para corregir y un
concepto que llevará adelante la novela que es el “Ludo
Biológico”.
“Regresé al viejo caserón. El olor a encierro y humedad
fue una cachetada en mi cara. Abrí los postigos del ventanal. Mi
cuarto estaba en orden. La cama en el mismo lugar, varios blisters
sobre la mesa de luz y un vaso con un líquido incoloro. El
psiquiatra me prescribió Valcote, Rivotril y Floxet (…) El tipo me
había deseado suerte. Como el título del poemario que intentaba
escribir cuando los Largactiles me capturaron”
En medio de una realidad incierta, Roger recuerda algunas de las
cosas que sucedieron y que quedaron pendientes antes de su
internación. Así entonces aparecen personajes, grupos y
corporaciones de los orígenes más variados. Como en un delirio, o
en un ataque de psicosis, la novela corta nuestra mente para seguir
entre gente escapada de la historia y seres escapados de la
imaginación del autor. Aunque no esté del todo claro y, cada tanto,
uno mire a su alrededor porque le parece que esos personajes andan en
la vuelta.
“Resaca” se escapa de los ojos del lector a través de
capítulos cortos, algunos directamente en verso, que podemos
relacionar con los manuscritos de “Suerte”, el poemario que Roger
debe corregir y que lo persigue como un karma. Más allá de eso, la
trama es oscura en su composición, poniendo a Nelson Díaz como “el
último dark”, como dice uno de los epígrafes de la contratapa de
la novela. Sin embargo, es luminosa porque el lenguaje bellamente
utilizado (y más en esta época) es siempre luminoso, como la brasa
encendida de un porro.
“Bajo un palmo de tierra, viendo crecer los cipreses desde
otra perspectiva, Paula esperaba el olvido definitivo. La diferencia
era mínima. Yo también esperaba que se olvidaran definitivamente de
mí.”
En definitiva, la novela se vuelve algo necesario, pero a su vez
adictivo. Es un tiempo narrativo y un juego (destrucción) del
lenguaje de la narración tradicional que nos toma con cierta
agradable sorpresa, porque los patchwork tampoco son nuevos, pero
aquí hay humor, ironía, oscuridad y pura belleza. En ese sentido,
le adjudico un juicio que se le hizo una vez a Darnauchans y que Díaz
conoce bien: “esteta decadente”. Pero tanto el Darno como Nelson
con su novela no son decadentes. Son estetas en un mundo que es
decadente, esa no es su culpa, es su don y su maldición. Como le
recuerda a Roger un Boris Vian histórico-delirado dentro de la
trama: “Que se mueran los feos”.