sábado, 7 de enero de 2017

"Mi amiga Gladys", de Pedro Lemebel

Como en aquel poema que decía Eduardo Darnauchans, "te está hablando un muerto". Una serie de crónicas armadas y organizadas por un Lemebel que dejó sus hilos ordenados antes de morirse, como nos morimos los putos. La prosa poética ametralla al lector con amorosas fotos de la política chilena Gladys Marín, flor roja e incencidada del Partido Comunista fallecida en el 2005 y a quien el autor amaba con toda la fuerza de su sangre hermosa y sidaria. "Gladucha" se muestra íntegra y enorme con su lucha, mujer, mujeraza amiga y amante del "pobrerío" como gustarán de llamar a los más desposeídos. La complicidad de la perla roja y el puto llevan adelante este pequeño libro de crónicas que van desde lo puramente Lemebel, ir a un programa de TV careta a hacer de las suyas juntos, ir a peregrinar y pedirle a la virgen por y con los más pobres. Al final, se incluye la transcripción de la primera entrevista radial que los unió y nunca más los separó, porque parece que, muertos, siguieran juntos. El libro nos hace salir del closet, no de la sexualidad, sino de la cabeza, "acá me paro, pienso esto, quiero esto para mi país, ¿y qué?".

"Mi amiga Gladys", Pedro Lemebel, Ed. Seix Barral. 2016

"Sudor", de Alberto Fuguet

Fuguet retrata duro y puro el ghetto puto. Aparece el ambiente gay sin máscaras, sin rodeos, sin falsas ideas de cambio. El puto que plantea Fuguet -como la mayoría- es frívolo, superficial, resignadamente promiscuo. Todos anduvimos con todos, todos nos conocemos, todos sabemos de la entraña del otro y Fuguet conoce de eso. El autor llama "la hermandad del semen" a esa alianza extraña que queda en el ambiente gay donde un hilo invisible y blanco nos une, nos deja un pequeño cariño frío que nos mantiene atados. Las redes de ligue como Grindr aparecen de forma obsesiva, como un vicio. El calor de una Santiago moderna y cosmopolita nos lleva a que todo el tiempo necesitemos a otro en la cama. Aparece también el mundo editorial, la pugna del protagonista, que es editor, por sacar algo de calidad y algo que sea vendible. El mundo editorial es igual de promiscuo que el mundo gay. Mucho sudor en la piel, mucho calor, mucho movimiento, como vivir en una rave mental. A todo esto aparece un afamado escritor pretencioso y en decadencia creativa, y su hijo veinteañero marica, drogón, solo, hemofílico, con todos los traumas de un hijo de famoso. La relación entre el protagonista y Rafita -el pibe- se establece por capricho, por no saber muy bien qué hacer con el cuore. La belleza puede más que todo, y eso lleva al protagonista a pasar unos días de FILSA que lo traen explotando de calentura, de estrés, de sexo histérico. Fuguet sabe mucho de narrativa, sabe que la gente está sola, sabe que los putos estamos solo y, sobre todo, sabe que los putos nos morimos.


"Sudor", de Alberto Fuguet, Ed. Random House. 2016

"Febrero 30", de Amir Hamed

El último de los libros que terminé de leer esta semana (mientras estudio y vivo lo que puedo). Una historia intensa (y perdón por esta palabra que se ha vuelto comodín) la que propone Amir Hamed con un personaje en medio de los avatares más duros y humillantes de un cáncer, la vida con eso, la no vida con eso. La prosa, sumamente cuidada, la técnica perfecta de la narrativa me recuerdan, por momentos, a lo que sentí con "Todo termina aquí" de Espinosa, cofrade del autor, por otro lado. Sin embargo en esa línea estética no logro meterme, en ese cuidado que recarga de palabras la prosa se me hace difícil entrar. Es un entramado espeso de ramas duras y organizadas que me obligan a usar el machete de la concentración más de lo que quisiera en una novela. Termino estudiando, más que leyendo. No digo que eso sea malo, pero a mí, me agota. Envidio, eso sí, semejante manejo del lenguaje y de la técnica.

"Febrero 30", Amir Hamed, Ed. HUM, 2016

"La raíz de la furia", de Sebastián Míguez Conde

Bronca, gente oscura, gente marchita, efluvios poéticos. "La raíz de la furia" de Sebastián Miguez Conde propone diez cuentos de prosa llena de bellas imágenes, de construcciones donde la lengua es un artificio complejo y luminoso para contar las tragedias y los siniestros absurdos de los protagonistas que en los relatos aparecen. Un stripper arruinado que accidentalmente es escritor, una anciana castigada y siniestra con particulares conceptos de la ternura y la protección, maestras despiadadas que no tienen pudor en manifestar su odio hacia algunos niños (como algunas de las que yo tuve), historias de amor resquebrajadas, gente sencilla envuelta en la poética que el autor usa para dar una punta especial a las historias que pueden ser llanas o explosivas. En medio, además, podemos encontrar unos microrelatos con aires serenos de verso tibio en medio de las ciudades oscuras y anochecidas (Montevideo y Buenos Aires) donde transcurre "La raíz de la furia". Una bronca, una tristeza, un algo neblinoso que sale de los personajes como el aliento, sus raíces.

"La raíz de la furia", de Sebastián Miguez Conde. Criatura Editora. 2016

"Los ojos de una ciudad china", de Gabriel Peveroni

Una novela pop. Una novela posmo. Peveroni tira toda la carne al asador y crea una polifonía llena de colores, paisajes y luces en la creación narrativa de "Los ojos de una ciudad china", como si uno viera una de esas películas que cuentan varias historias entrelazadas por un pequeño hilo, como el mundo de hoy donde las redes explotaron y todos nos conocemos. A partir de los ojos casi ciegos de una anciana llama Xiaomei, la trama se echa a rodar por el mundo desde Uruguay, a China, a España, a Chile, en voces, caras personas y referencias, como si el lector hiciera zapping en esta ambiciosa y tremendamente cuidada creación del autor. Un trabajo arduo de rueca lo lleva a unir a David Bowie con César Aira, quien aparece en páginas apócrifas y en aires de esa influencia delirante del compulsivo argentino. Marcada por Bolaño y por la generación latinoamericana que se escinde del boom, del regionalismo y del realismo plano de la urbanidad juvenil, la novela de Gabriel Peveroni es una hija de McOndo. Otro acierto del 2016, una novela de un presente que es el futuro, de un mundo rápido, de gente sola, de voces locas que dicen verdades, de destinos que se buscan en la historia y en el mañana (eso tiene, a mi entender de "chino" usar raíces milenarias para hacer florecer una torre de mil pisos de neón y acero). Todos los caminos conducen a Shangai.

"Los ojos de una ciudad china", Gabriel Peveroni. Ed. HUM. 2016

"El hermano mayor", de Daniel Mella

Nunca un libro me hizo llorar. En realidad, maricona sentimental que soy, casi nada me hace llorar. Pero la manera íntima, casual y el desgarro monótono de lo cotidiano que propone Mella me tuvo con la garganta a punto de explotar en más de una ocasión, una lectura de ojos avidriados. Y es que ¿cómo se puede contar, "realidadficción", mediante un dolor tan íntimo en una novela tan universal?. Uno la lee y conoce a Ale, lo quiere abrazar, lamenta su muerte bella, su familia en un dolor que los ata con cariño, "sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando" pero nunca indiferentes, sigue andando con la huella del otro por ahí, perdida, en sus cosas, en sus frases en sus maneras de equivocarse, de ser uno más y ser único. Cuando uno lee "El hermano mayor" de Daniel Mella, se da cuenta de que es como dice uno de sus personajes, "los muertos no existen".

"El hermano mayor", Daniel Mella. Ed. HUM. 2016