domingo, 26 de febrero de 2017

"Resaca", de Nelson Díaz

(Publicada originalmente en www.lamirada.com.uy en inicios del 2015) 


Voy a hacer mías unas palabras que dijo Luis Bravo en una entrevista hecha días atrás para La Mirada. Lo que plantea Bravo es que, en su búsqueda por una ruptura o por un lenguaje nuevo, lo anecdótico de la novela lo aburre. Y la verdad es que, creo que Bravo me ha robado las palabras, o al revés. No está claro. Pero en definitiva, debo admitir que, salvo honrosas excepciones, las novelas que han aparecido tienden a ser siniestramente aburridas. Y no es que estén mal escritas, pero su giro en la anécdota no logra la belleza del lenguaje y por tanto, no logra su aventura. Por eso el lector como yo, se aburre. Es por eso que la aparición de algunas novelas me resultan reveladoras, son esperadas, un respiro, un Rivotril literario en un momento de tormentosas letras innecesarias. Es el caso de la novela “Resaca” de Nelson Díaz, editada este año por Yaugurú.
Periodista, novelista y poeta, a Nelson Díaz se le cuelan todos sus oficios en esta especie de collage o de patchwork, como en la misma novela se dice. El discurso se rompe entre lo poético, la entrevista, la ficción narrativa e incluso un juego con el relato gráfico. Eso, en principio, hace que la lectura se vuelva muy acelerada, anfetamínica. La novela se abre y es casi imposible dejar de leerla. Tiene un ritmo muy acelerado, al revés que el ritmo de su protagonista, Roger, quien acaba de salir de una internación psiquiátrica y lleva una vida libre de algunas preocupaciones laborales, por tanto el tiempo de la ciudad “normal” no es su tiempo. Pero sí lo ocupan por completo algunos temas recurrentes, casi obsesiones; la aparición de su ex pareja muerta, algunos personajes que lo persiguen, una carpeta de poemas para corregir y un concepto que llevará adelante la novela que es el “Ludo Biológico”.
“Regresé al viejo caserón. El olor a encierro y humedad fue una cachetada en mi cara. Abrí los postigos del ventanal. Mi cuarto estaba en orden. La cama en el mismo lugar, varios blisters sobre la mesa de luz y un vaso con un líquido incoloro. El psiquiatra me prescribió Valcote, Rivotril y Floxet (…) El tipo me había deseado suerte. Como el título del poemario que intentaba escribir cuando los Largactiles me capturaron”
En medio de una realidad incierta, Roger recuerda algunas de las cosas que sucedieron y que quedaron pendientes antes de su internación. Así entonces aparecen personajes, grupos y corporaciones de los orígenes más variados. Como en un delirio, o en un ataque de psicosis, la novela corta nuestra mente para seguir entre gente escapada de la historia y seres escapados de la imaginación del autor. Aunque no esté del todo claro y, cada tanto, uno mire a su alrededor porque le parece que esos personajes andan en la vuelta.
“Resaca” se escapa de los ojos del lector a través de capítulos cortos, algunos directamente en verso, que podemos relacionar con los manuscritos de “Suerte”, el poemario que Roger debe corregir y que lo persigue como un karma. Más allá de eso, la trama es oscura en su composición, poniendo a Nelson Díaz como “el último dark”, como dice uno de los epígrafes de la contratapa de la novela. Sin embargo, es luminosa porque el lenguaje bellamente utilizado (y más en esta época) es siempre luminoso, como la brasa encendida de un porro.
“Bajo un palmo de tierra, viendo crecer los cipreses desde otra perspectiva, Paula esperaba el olvido definitivo. La diferencia era mínima. Yo también esperaba que se olvidaran definitivamente de mí.”
En definitiva, la novela se vuelve algo necesario, pero a su vez adictivo. Es un tiempo narrativo y un juego (destrucción) del lenguaje de la narración tradicional que nos toma con cierta agradable sorpresa, porque los patchwork tampoco son nuevos, pero aquí hay humor, ironía, oscuridad y pura belleza. En ese sentido, le adjudico un juicio que se le hizo una vez a Darnauchans y que Díaz conoce bien: “esteta decadente”. Pero tanto el Darno como Nelson con su novela no son decadentes. Son estetas en un mundo que es decadente, esa no es su culpa, es su don y su maldición. Como le recuerda a Roger un Boris Vian histórico-delirado dentro de la trama: “Que se mueran los feos”.

 

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